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jueves, 19 de junio de 2014

¡El Espíritu de la Masonería!.

¡El Espíritu de la Masonería!. Para cantarlo se necesitaría la inspiración arrebatada de un poeta, la cadencia melodiosa de un músico, la exaltación de un vidente. La Masonería se esfuerza ahora, como siempre, en mejorar a los hombres, en sutilizar su pensamiento y purificar su simpatía, en ensanchar sus panoramas, en elevarles a mayores alturas, en fundamentar sobre bases firmes y amplias sus vidas y amistades. Toda la historia de la masonería, con sus vastas acumulaciones de tradiciones, con su sencilla fe v solemnes ritos, con su libertad y amistad, se ha dedicado a un ideal moral elevado, con objeto de domar al tigre que se cobija en el corazón del hombre y hacer que sus salvajes pasiones obedezcan a la voluntad de Dios. Ella no tiene otra misión que la de exaltar y ennoblecer a la humanidad, para que el patrimonio tan difícilmente adquirido sea eterno, para que su santuario sea más sagrado, y más radiante nuestra esperanza (Si los masones caen, a veces, más abajo que su ideal, es porque padecen de los mismos males que la humanidad. Quien recita las enseñanzas de la orden como un papagayo y olvida las lecciones que sugiere; quien se pone su honroso vestido para ocultar su espíritu egoísta, y quien no siente ante sus símbolos la urgencia de aspirar al supremo bien no es un verdadero masón. Los símbolos son cosa huera, si se suprime lo que simbolizan, pues sólo hablan al que tiene oídos para oir. Recordemos al mismo tiempo lo que tantas veces se ha olvidado, es decir, que el alma humana es el santuario más santo de la tierra; y que el templo y sus oficiantes no son fines en sí mismos, sino sólo medios para realizar el fin perseguido de que todo corazón humano sea un templo de paz, pureza, compasión, fuerza y esperanza).

¡El Espíritu de la Masonería!. Cuando este espíritu se abra paso en el mundo, la sociedad será una vasta comunidad de justicia y de bondad; el comercio, un sistema de servir a la humanidad; la ley, una regla de beneficencia; el hogar será más sagrado, más alegre la risa gozosa de los niños y más sencillo el templo de la oración. Entonces, el mal, la injusticia, el fanatismo, la ambición y todas las ruindades que envilecen a la humanidad, acecharán impotentes en la sombra, cegados por el resplandor de un orden más justo, sabio y misericordioso. Cuando el hombre sea amigo del hombre y haya aprendido a adorar a Dios, sirviendo a sus compañeros, entonces la industria será equitativa; la educación, provechosa, y la religión, una Presencia Real y no una sombra. Cuando la Masonería triunfe, caerán todas las tiranías, se desmoronarán las prisiones, y los hombres no sentirán cadenas en las manos ni opresiones en la mente; sino que, libres de corazón, caminarán erguidos bajo la luz y libertad de la verdad.

El mundo camina lentamente hacia una gran fraternidad, hace ya mucho tiempo anunciada por la Masonería. La Masonería ha profetizado que ha de llegar un día en que las naciones sean reverentes con la libertad; justas, en el ejercicio de su fuerza, y humanas, en la práctica de la sabiduría; un día en que ningún hombre se atreverá a pisotear los derechos ajenos, en que la mujer no se verá arrastrada a la perdición por hombres sin escrúpulos, en que los niños no serán abandonados por la sociedad. La Masonería no se dará por satisfecha hasta tanto que no se haya trenzado con todos los hilos de fraternidad humana una mística cuerda de amistad que dé la vuelta a la tierra, encerrando dentro de su círculo la unidad de espíritu de la raza y los lazos irrompibles de una paz perpetua. Habiendo sobrevivido a los imperios y a las filosofías, habiendo visto aparecer y desaparecer generaciones sin cuento, la Masonería seguirá viviendo para contemplar su trabajo ya realizado:
cuando en el parlamento de los Hombres,
alma de la federación del mundo,
cesen de sonar los tambores
y se plieguen para siempre las banderas de combate.

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